21 mar 2010

Historias de inmigrantes: No hay trabajo en Nueva York


Me hallaba forzado a caminar en las avenidas de la ciudad, pues es una  de las maneras en que un inmigrante ilegal puede encontrar trabajo. Lo mejor es tener amigos o familiares que puedan darte sugerencias sobre donde caminar, recomendarte de alguna zona de restaurantes, o auxiliarte en rastrear algún paisano con disposición de ayuda, porque tendrás que saber que los trabajos que realizan los hispanos son los más duros y mal pagados. Pero eso es harina de otro costal. Basta decir que me vi obligado, en vista de que no tengo ni los amigos ni los familiares convenientes, a perderme en las calles de Nueva York en la búsqueda de un "Help Wanted". No te hablaré hoy sobre todas mis caminatas, que baste en esta ocasión una descripción somera de las calles que rodean el lugar donde vivo.
Para ubicarte, quizá la referencia más precisa sea Prospect Park. Digamos que vivo en el corazón de Brooklyn. Lo que sorprende a primera vista si caminas sobre Church entre Nostrand, Ocean y Coney Island Avenue, es el cambio súbito que podrás advertir entre una y otra avenida. Ocean Avenue será nuestro punto de referencia, porque una vez que la cruzas sales de un mundo y entras en otro. Si caminas hacia Nostrand entrarás al tercer mundo, observarás un barrio negro con muchos emigrantes del Caribe mayoritariamente, y supongo que provienen de estos lugares por la característica de los negocios que se alinean sobre la avenida: restaurantes donde se vende pollo y pescado frito, fruterías, disqueras, una gran cantidad de peluquerías y negocios para el arreglo y cuidado de uñas monopolizado por coreanas. Unas contadas cantinas y calles atestadas de basura le dan al lugar una típica imagen caribeña. Por la gente que deambula de esquina a esquina, la mayoría de piel morena, entrando y saliendo de los comercios. Por unas mujeres discutiendo y lanzándose fuertes palabras, desapareciendo entre ancianos esperando o bajando de los autobuses. Por jóvenes de largas playeras sentados en las aceras, dispersando sobre el aire caliente unas piezas de hip hop y quejándose de la monotonía de las bachatas. O por un hombre sentado sobre el calor de los caminantes, con el cuerpo como en el límite de su autodominio, tambaleándose, entrando en transe o siendo poseído, sólo te animarás a ver de reojo. Como en fuga discreta.
Hay en los escaparates de pequeños negocios referencias de defensa a la cultura negra, a los reales fundadores de la subcultura, a quienes llegaron después, a Bob Marley y nativos héroes negros, Martin Luther King, Malcolm X, Rosa Parks y otros tantos  desconocidos. Algo que sorprende en esta zona, es la impresionante cantidad de templos. Juego a imaginar que por cada veinte templos hay una cantina. Los hay de todos los colores y sabores. Testigos de Jehová, Nazarenos, Pentecostales, Bautistas, Adventistas del séptimo día, Anglicanos, Mormones, y con los títulos sobre sus puertas de los más variado, los iluminados, los seguidores del verdadero profeta, los pescadores de hombres, los defensores de la verdadera religión, los santificados, los verdaderos discípulos, los de la iglesia renacida, los del cordero inmolado y otras tantas designaciones de la misma ralea. En las mañanas ataviadas con sus mejores atuendos ancianas difunden las diversas y variadas verdades, viéndose entre ellas, detestándose porque cada una lleva colgada sobre si, en sus inmaculadas vestiduras, bolsas, sombreros y buenos días, su verdad. 
El otro día platiqué con un desconocido de El Salvador y me dijo que no le gusta meterse en este territorio porque cuando lo hace está como a la expectativa, como esperando un ataque de quien sabe donde, proveniente de alguien que está escondido entre las sombras, para descargar todo su acumulado resentimiento en esta gran ciudad.
Esa noche cuando hablamos de tus planes de no trabajar con inmigrantes africanos, olvidé decirte que en la tarde decidí adentrarme más allá de la avenida repleta de gente comprando y vendiendo. Quería envolverme en el aroma, árboles, casas y callejones que han hecho de ese asentamiento humano, en esta parte de la ciudad, el refugio de tantos inmigrantes. No vi gran cosa, más que mucha vigilancia policíaca, casas de diferentes estilos victorianos, edificios de ladrillo rojo y bermejo repletos de inmigrantes marcando su territorio con banderas de colores. Las había de Puerto Rico, Cuba, Republica Dominicana, México..., y una cantidad chocante de templos. Y me pregunté porqué es tan necesaria la fe en este lado del mundo. Ya casi caía la noche, de los templos emanaban cánticos religiosos que me hicieron recordar el pasado. 
Camino hacia mi refugio, me encontré con un grupo de gente reunida alrededor de un predicador. El predicador tenía una manera escandalosa de difundir la nueva, movía las manos como burlonamente, las palabras salían con una gran facilidad, como si la punta de su lengua hubiese sido hecha de palabras. Contoneaba el negro cuerpo, de su boca como mareada salían referencias al santificado, a la prostituta que merece el perdón, y de entre la concurrencia salían los súbitos aleluyas, los golpes de pecho, los movimientos de cabeza que llevaban en si mismas la confirmación de la fe. Parecía que el principio de la salvación era la discriminación. "Discrimina. Nosotros somos la verdadera religión."
Cruzando Ocean Avenue hacia Coney Island, el panorama cambia, y adquiere otros matices. Lo primero que atrajo mi atención fueron dos fruterías casi en la entrada de la estación del tren Church Avenue  que te lleva a Manhattan. La fruta y verdura está exhibida de tal manera que no es difícil robar una manzana, y siempre las verás atestadas de negras y latinas llevando a cuestas sus bolsas, llenas de mangos, berenjenas, plátanos, sandías, ocras, elotes y chiles. Los trabajadores que arreglan la fruta son latinos. En la mañana cuando me entierro en la estación del tren, uno de ellos siempre tiene su grabadora encendida. Sus cantantes favoritos son Los tigres del norte. 
 Ahí parece terminar esa sensación de inseguridad de la que habló el salvadoreño. Siguiendo la misma ruta comienzan a verse restaurantes mexicanos, algunos bares que se confunden con anuncios falsos de comida rápida. Más allá, se percibe  el dominio judío de hombres vestidos de negro. Pero entretanto  podrás ver otros restaurantes de comida china,  pizzerías, supermercados rusos,  restaurantes poblanos,  otras incontables peluquerías que ofrecen cortes de estilo dominicano, o las mejores trenzas africanas. De este lado es más fácil ver a pequeñas y fértiles mexicanas escurridizas, llevando a cuestas un grupo de dos o tres crías en enormes carriolas y asidas a sus teléfonos celulares. 
Pero entonces  basta con que cambies de rumbo y camines sobre Coney Island para que te vuelvas a sorprender de que las cosas cambian en un abrir y cerrar de ojos. Un grupo de mexicanos, sobre Coney Island y Foster,  se reúne para hacer su día con algún trabajo de albañilería. Cerca de ahí verás hombres vestidos en largas túnicas, viejos y jóvenes saliendo de otros templos, caminando y hablando sin sus mujeres ni niños. Un grupo de barberías define la vespertina rutina.  Se nota a ojos vistas que en ellos hay una presencia de ritos más añejos, sin tantas expectativas, ni cambios repentinos de ánimo. El clima que acá se respira es más tranquilo que el del abrupto barrio caribeño. Aquí el dominio es de los paquistaníes que a propósito del cuatro de julio han plantado sobre las aceras de sus negocios banderas americanas. 
A sus mujeres, de cabeza cubierta, las he visto también, en otras horas del día, cargando sus crías, sus menesteres y cachivaches para la casa, entrando y saliendo de sus restaurantes que expelen aromas de guisados de cordero y cabra;  frente a  una manifestación inesperada de jóvenes musulmanes porque se acaba de abrir una licorería al lado de una de sus mezquitas. Ahí sin imaginarlo encontré al salvadoreño con quien hablé de una mujer que no puede pasar inadvertida. El salvadoreño tiene una manera rara de ver las cosas. No deja de añadirle a sus palabras algo de sabiduría y condescendencia burlona. Él siempre la mira pasar en la tarde, cuando está descansando, casi desnudo, en la entrada del sótano donde vive. Ella suele pasar por ahí a la misma hora, todos los días, como en procesión repetitiva, envuelta en una túnica negra. Camina en zigzag, como para prevenir un peligro, y despreciando las cosas que la rodean. Sus ojos van coloreados de tal manera que hacen suponer al que la mira que en ella están escondidos  deseos y ansiedades. El salvadoreño burlonamente dice "Carita limpia culito sucio."
Lo mejor entonces es volver el rostro hacia la lejanía de la ciudad, sobre la feria de Coney Island, en el barrio ruso. Hacia las calles de concreto que se prolongan sobre el mar conforme cae la tarde. En medio de una llovizna repentina. Hacia los barrios judíos, cuyos negocios contratan mano de obra mexicana en sus tiendas y restaurantes que ofrecen comida hecha con especiales ingredientes. "Ingredientes sin sabor," dice el salvadoreño. Quizá ahí, si pueda encontrar el trabajo que estoy buscando.

7 comentarios:

Unknown dijo...

que salvadoreño mas sabio ese. Terminas bien la historia en las palabras del salvadoreño con buen humor en esa historia tan vanal. deberias escribir mas del salvadoreño

ALVARIUX dijo...

Sigue escribiendo, sirve de parametro para muchos compatriotas y entre ellos me incluyo.... Puedes escribir como conseguiste dónde vivir.

Saludos
Alvaro

ALVARIUX dijo...

Saludos del México DF...Que la suerte te acompañe...

Anónimo dijo...

me entretuve tanto con la historia

Samuel dijo...

Gracias por tu comentario.

Samuel dijo...

Gracias Walter por tu comentario. Bienvenido a este espacio.

Samuel dijo...

Gracias Alvariux por tu comentario.