26 jun 2010

A propósito de Housekeeping de Marilynne Robinson

Housekeeping es la historia de Ruth y su hermana Lucille, quienes quedan al cuidado de la abuela al suicidarse la madre. Lo que pareciera una historia sobria, de una familia más, se convertirá al transcurrir de sus páginas, en una obra llena de detalles, de retorno al mundo del pasado y de nostalgia. Lo que el lector pensaría, pretende ser prosa, en realidad es pura poesía, y lo será con sus infinitas descripciones, comparaciones y sin sentidos de la palabra que obligan a leer una y otra vez la misma frase. Será una obra de añoranza, tal vez aversión o resignación.

La obra comienza con la muerte accidental del abuelo, quien al viajar en tren, éste se descarrila en el puente que conduce a Fingerbone, Idaho y es llevado por las aguas. Fingerbone es el pueblo donde transcurre la vida de esos personajes dolidos de la inclemencia de las aguas y que rodean casi completamente ese mundo de personajes ansiosos y deprimentes, donde todo huele a humedad e inundación.  Ahí crecerán Ruth y Lucille, quienes poco a poco irán acomodándose a los imprevistos giros que da la vida.  Pareciera que el escondido mensaje es, por más que podamos dominar las nimiedades de nuestros días, habrá una serie de circunstancias, ajenas a nosotros mismos, que marcarán nuestra existencia.


La madre de las niñas se suicida en el mismo río donde desapareció el abuelo. Del padre no sabremos gran cosa, excepto que abandona mujer e hijas. Entretanto, las niñas quedarán al cuidado de la abuela, quien ejercerá gran influencia sobre las pisadas y sensibilidades de Ruth, dada a la contemplación y al silencio. Entre difuminadas pinceladas de carácter, entraremos en un mundo lleno de plantas, peces, agua indómita, hielo, juegos de niños con perros y nieve, lluvia, atardeceres y  caminatas en el bosque. Al morir la abuela, las niñas quedan al cuidado de dos tías abuelas, quienes por su rígida soledad añosa, se han convertido en dos ancianas melindrosas,  obsesivas y  que no soportan terminar sus días cuidando dos niñas. Así que tienen que llamar a las tías para que se hagan responsables de las menores. Una partió a África para trabajar como misionera. La otra, Silvye, de la que aún no sabemos gran cosa, es llamada para que regrese y conforme transcurre la historia nos iremos enterando de su carácter extravagante. Pareciera que la autora toma partido por algunos de sus personajes. Silvye y Ruth, marcarán los bordes de la segunda parte del libro.


Resulta que Silvye es una trashumante, una vagabunda que lleva latentes los impulsos de la inestabilidad y la locura. Carga sobre su espalda una serie de recuerdos movedizos, historias amontonadas en una bolsa de nómada rellena de nostalgias, sabores infantiles, cachivaches, alegrías, retratos mentales, plantas y pasos por secretos pasadizos. La recién llegada siente una fuerte debilidad por la calle y bancas de los parques donde pueda dormir tranquila, por terrenos mostrencos y estaciones de los trenes donde pueda  deslizarse furtivamente. En sus caminatas por su mundo aprendió a saborear las mutaciones del clima y el deslizar sereno del agua; a percibir los primeros rayos del sol, y los olores que éste trae consigo cuando la vida se despierta a los hombres. Sin embargo, lo que se nos viene a la cabeza cuando imaginamos a un trotamundos no será soportado por las autoridades y las mujeres de buenas maneras de Fingerbone. También Lucille -la hermana mayor de Ruth- irá desarrollando una fuerte repulsión al mundo de la tía Silvye, a sus manías que tienden a la insociabilidad, al grado que tiene que dejar la casa y la vida de las dos hermanas se bifurca.


Casi al final del libro, seremos testigos de breves encuentros, de huidas y caminatas al bosque para el rito de iniciación de la sensible Ruth, que la marcarán y conducirán a una vida similar al de la tía.  Pero, los actos que se repiten de este lado de la tierra y del otro, harán acto de presencia: la reunión de los pueblerinos que quieren salvar a la niña, la persecución, el señalamiento, la quema de la casa, y con ello el desprendimiento de lo que nos obliga a ser sedentarios. Aún más, Ruth nos revelará otros secretos: el cruce del monstruoso puente, como una cura hacia los recuerdos que nos atan;  la huída y el volver el rostro para contemplar desde lejos lo que queda, con una fuerte determinación de no volver; la decisión de enfrentarse a lo desconocido y a lo que la vida decida, frente a los escaparates, sobre las bancas de los parques con sus indiferentes árboles; la alegría por un día de lluvias o por uno donde se tiene que correr para ponerse a salvo de la mirada de los vigilantes y la gente de buenas costumbres.